
La ciudad de Nueva York ha sido durante mucho tiempo un faro para los autores hispanohablantes, atrayendo a gigantes literarios de toda América Latina a sus vibrantes calles y prestigiosas instituciones. Más allá de la importancia individual de estas visitas, existe una fascinante red de coincidencias potenciales: momentos en los que las leyendas de la literatura pudieron haberse cruzado, incluso influenciado indirectamente sus obras, o simplemente haber compartido el mismo aire neoyorquino. A través del análisis de datos, podríamos revelar conexiones sutiles y fortuitas que moldearon la literatura hispana de maneras que apenas comenzamos a descubrir.
La Gran Manzana para Premios Nobel
En 1971, el cosmos literario se alineó cuando tanto Gabriel García Márquez como Jorge Luis Borges se encontraban en Nueva York simultáneamente. Mientras García Márquez recibía su doctorado honorífico de la Universidad de Columbia, Borges era nombrado miembro de la Academia Americana de Artes y Letras al otro lado de la ciudad. ¿Estos dos titanes literarios que representan el realismo mágico, el cuento y la poesía latinoamericana se podrían haber encontrado alguna vez durante esos días neoyorquinos?. El seguimiento de los pequeños datos nos guía en esta tentadora posibilidad que la historia literaria tradicional podría haber pasado por alto.
De manera similar, 1944 presenció una extraordinaria convergencia cuando Pablo Neruda, Octavio Paz y Julia de Burgos habitaron la misma ciudad. Mientras Neruda participaba en el programa cultural “La Voz de las Américas”, de Burgos se establecía como columnista del periódico hispano “Pueblos Hispanos”, y un joven Paz experimentaba la ciudad que influiría en su visión poética. Estas tres voces poéticas, cada una representando diferentes tradiciones nacionales, pero unidas por el idioma y la presencia en Nueva York, crearon un triángulo invisible de excelencia literaria hispana.
Nueva York, destino para la formación literaria
La Universidad de Columbia es sin duda alguna una de las cunas de esta red de figuras literarias hispanas. Autores como García Márquez (1971), Gabriela Mistral (1954) y Jorge Luis Borges (1971) recibieron reconocimiento de esta prestigiosa institución. Mientras tanto, la Universidad de Nueva York (NYU) ha acogido a Carmen Boullosa (2002), Claudia Salazar Jiménez (2004), Mariana Graciano (2010) y Ernesto Sabato durante diferentes períodos, estableciéndose como otro centro crucial para los entusiastas hispanohablantes de la formación en literatura especialmente en el programa de Escritura Creativa.
Más que simples visitantes o conferencistas, varios de estos escritores han dejado una huella aún más profunda en estas instituciones al convertirse en profesores, tejiendo así una conexión aún más íntima entre la academia neoyorquina y la literatura hispana. Lucía Orellana Damacela es un ejemplo de ello: primero llegó a la Universidad de Nueva York como estudiante de la maestría en Escritura Creativa y luego volvió, pero esta vez al otro lado del aula, como profesora visitante. Para Daniel Campo Badilla, este escenario resulta también familiar al ser profesor en la misma universidad. Así, Nueva York no solo acoge a escritores hispanos, sino que los convierte en guías de aquellos que cada día se suman a este centro.
Todos los caminos conducen a Nueva York
Lo fascinante del seguimiento de los pequeños datos es su capacidad para revelar patrones que, aunque dejan cabos sueltos al principio, de otro modo pasarían desapercibidos en la historia literaria convencional. Al conectar registros universitarios, menciones en periódicos y transcripciones de entrevistas dispersas por el mundo que conducen a Nueva York, podemos reconstruir una cartografía inesperada de la literatura en movimiento.
Para estudiantes, investigadores y amantes de la literatura, este enfoque abre nuevas preguntas. ¿Fue el Boom latinoamericano, en parte, alimentado por las conexiones neoyorquinas?, ¿Encontraron los escritores exiliados en sus calles y cafés un refugio, una comunidad, tal vez incluso inspiración?, ¿Es casual que Nueva York aparezca como escenario en tantas de sus historias?. En todo caso, es como si se trata de un eco Neoyorquino que envuelve cada obra literaria.
A medida que seguimos juntando las piezas de este rompecabezas literario, te invitamos a imaginar lo que pudo haber sido: García Márquez y Borges cruzándose en el campus de Columbia, Neruda y Julia de Burgos intercambiando versos sobre un café en Manhattan. Porque la literatura seguramente también se escribió en los pasillos de las universidades, en los clubes literarios, en las esquinas de la ciudad. Y cuando miramos con atención, aquellos datos que por suerte fueron escritos en algún rincón nos muestran que la historia literaria es mucho más que una serie de nombres y fechas: es un entramado vivo de conexiones invisibles que siguen escribiendo, en cada hallazgo, nuevas páginas de la asombrosa narrativa de la literatura hispanohablante.